jueves, 13 de mayo de 2010

VERGUENZA

No sé que me ha gustado menos si el acto o la disculpa. Siempre he admirado a Manolo Lama como profesional. Pero su burla hacia un mendigo y su posterior explicación con el argumento de que él educa a sus hijos en la solidaridad, me han resultado impropios de un profesional de su experiencia. Sobre todo inadecuados para alguien que afirma inculcar a sus descendientes esos valores.

Unos minutos de tele pueden hacer que todos perdamos la cabeza. No haría falta investigar demasiado por los distintos canales para comprobar la de tropelías que se pueden cometer cuando alguien se sitúa delante de una cámara. Yo, de hecho, cometí una cuando comenzaba y me quise aprovechar de la tribuna que me brindaba la pantalla para hacer burla sobre la estatura de una persona.

Me pasé de listo. Lo reconozco. Desde entonces intento medir mis palabras tanto en radio como en televisión y trato de evitar que ese supuesto altar que nos dan los medios pueda servirme para considerar que eso me hace superior.

Tengo muy claro que, tanto en la radio como en la televisión, debemos comprender que si estamos allí, es para que la gente nos vea y nos escuche. No para vernos y escucharnos nosotros. No podemos pensar que nuestra presencia en un determinado medio de comunicación nos concede patente de corso a la hora de contar y opinar sobre cualquier tema.

Por eso, ver a un periodista español aprovecharse de la indefensión de un mendigo para arrancar unos segundos de televisión, supuestamente divertidos, me ha parecido indignante. Cualquier imagen que no aporte nada al telespectador no tiene ningún tipo de valor. Y si lo que se pretendía era ayudar realmente a esa persona, como se trató de justificar después, no hacía falta una cámara ni los comentarios realizados.

Esa persona, a la que supuestamente se trató de ayudar y que se convirtió en protagonista involuntario de esos segundos de televisión, le podría haber contado muchas cosas si le hubiera preguntado.

A lo mejor nos habría explicado por qué, mientras todos los que le rodeaban trataban de divertirse e incitados por la presencia de una cámara jugaban a lanzar la moneda más alta (incluso uno de los presentes depositó su tarjeta de crédito delante de él en el colmo del papanatismo), ha llegado a tener que dormir en la calle.

Por qué no se aprovechaban esos segundos para dar a comprender que no necesitaba unas monedas ni el convertirse en una atracción turística más dentro de la celebración de un partido de fútbol. También para darnos a entender que nuestra diversión comprada con monedas y amparada en popularidad puedan no llegarnos nunca a servir para alcanzar su categoría como persona. Ese tiempo hubiera servido para darnos cuenta de que algo funciona mal. Que mientras algunos de nosotros somos capaces de gastar miles de euros por ver un partido de fútbol, él tiene que dormir en la calle.

No entiendo por qué lo hizo. Tampoco entiendo por qué no ha pedido simplemente perdón sin añadir ningún tipo de excusa. Lo siento. He dejado de admirarle. Todos los momentos mágicos que me ha hecho pasar a través de la radio han quedado manchados por una acción que, no sólo avergüenza a una profesión que durante muchos años ha dignificado, si no que también le sitúan en el mismo lugar que a muchos de los bufones que, a cambio de ofrecer su alma a las seiscientas veinticinco líneas de la pantalla, son capaces de perder la dignidad como hizo usted, señor Lama, delante de ese mendigo.

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