martes, 18 de mayo de 2010

CASI TODO SOBRE MI MADRE

Estos días anduve despistado y sin poder centrarme en escribir. Tenía la cabeza en otro sitio. Eso me suele suceder muchas veces pero en este caso el motivo era justificable.

Hasta esta misma tarde pensábamos que mi madre iba a tener que pasar por el quirófano. Finalmente, la cita se ha postpuesto y eso me ha permitido recobrar mi tranquilidad en una huída hacia adelante.

Siempre me han dicho que no cuento las cosas importantes y que interiorizo los sentimientos. Tienen razón. Me cuesta decir las cosas y en mi pregonada, y muchas veces criticada, locuacidad lo que hago es esconder mi timidez.

Por eso hoy, mientras recogía los papeles de consentimiento de anestesia que mi madre me ha hecho revisar cien veces en los últimos siete días, he pensado que me apetecía escribir sobre ella. Alejado de cualquier atisbo de similitud con Edipo voy a hacer lo que me pide el corazón.

Ella es menuda, frágil y suave. Estuvo, y está, enamorada de un hombre al que conoció con catorce años, al que esperó más de treinta para poder casarse y falta desde hace veinte. Aguantó las negativas familiares propias de Capuletos y Montescos para poder compartir su vida con el hombre del que se enamoró cuando era una niña.

Educada en los mejores colegios no dudó en cambiar su vida para situarse al lado de una persona con carácter. Nunca les oí discutir. Siempre supo hacer del diálogo el mejor arma de una convivencia. Conmigo se ha comportado también así.

Mi forma de ser despegada y la admiración que siempre he sentido por mi padre han hecho que hasta hace unos meses nunca hubiera tenido conversaciones serias con ella. Hasta ahora había huído de profundizar en muchas cuestiones importantes por miedo a que no llegáramos a entendernos y a perder la escasa complicidad que pensaba que compartíamos.

Poco a poco he sido capaz de abrir el extraño mundo que circula por mi cabeza y acercarlo al de una mujer a la que consideraba alejada de mi forma de pensar. Por suerte tras muchas conversaciones he logrado recuperar años perdidos en los que había ido llenando el debe de mi cariño e incluso he conseguido mostrarme mucho más afectuoso de lo que en mí, y los que me conocen bien lo saben, es habitual.

Mientras escribo recuerdo como un día, hace no mucho tiempo, una mano frágil y pequeñita apretó la mía y me hizo ver lo mucho que la quería y la amargura que iba tener a partir de ese detalle por todos los instantes perdidos. Esa caricia me devolvió a la infancia y sirvió para darme cuenta de los buenos momentos que mi aspereza me habían hecho perder.

El siguiente paso será decirle todo esto personalmente. Prometo hacerlo mañana. Cuando llegue a comer antes de irme a mi casa. Y ella me dirá, como hace siempre, que tenga cuidado a la hora de poner la sartén en el fuego porque puedo quemarme.

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