domingo, 2 de mayo de 2010

MIRAR Y SENTIR

Les conozco desde que yo era un niño. Siempre han vivido cerca de casa de mis padres. Yo me fui y volví. Ellos siempre han estado. Nunca los he visto al uno sin el otro. Hasta hace seis meses no había reparado en ellos. Una mañana tomando café coincidieron conmigo en una mesa cercana. Me fijé en cómo se daban la mano. Me recordó a esas primeras veces que das la mano y piensas que todo el amor que sientes se transmite a través del tacto de la piel.

Podría ser que fuera su aniversario de boda. Que el sol que hacía fuera les transmitiera que esa era una mañana especial. O quizá, que acababan de recibir una buena noticia y los dos querían expresar su felicidad a través del roce de sus manos.

Unas semanas más tarde volví a coincidir con ellos en el mismo lugar. La imagen se repetía. Yo estaba solo. Leía la prensa mientras apuraba el tercer café y el enésimo cigarro. Ellos juntos. Esta vez no a través de las manos. Estaban unidos por la mirada. Añadiré un detalle. Ella es ciega. Él la miraba con ternura y ella notaba que en ese instante era la mujer más hermosa del mundo. Yo les observaba y, posiblemente, en otra situación mi presencia pudiera haberles resultado incómoda porque la ausencia de discreción por mi parte era más que evidente.

No repararon en mí. Él sólo se preocupaba de observar con ternura un rostro que llevaba viendo más de cincuenta años pero daba la sensación de estar mirándola con los ojos de la primera cita. Ella no puede ver. O si. Me dio la sensación de que a él nunca ha dejado de verlo. En sus ojos ausentes se reflejaba el sentir de una quinceañera que se siente admirada y que, coqueta, observa delante suyo a ese primer amor que todos pensamos que va a ser definitivo.

Ahora ya no tenía dudas. No celebraban nada especial como pudo parecerme la primera vez que coincidí con ellos. Pensé que tenía suerte. Estaba siendo testigo de algo que yo en ese momento no tenía. Me dieron envidia. Noté que a ellos les sobraba todo lo de alrededor y que yo llevaba mucho tiempo sintiéndome solo a pesar de estar muchas veces rodeado de gente.

En ese momento cogí el móvil y mandé un mensaje. Conté lo que estaba viendo y me entraron ganas de llorar. Sentía una mezcla de celos y de fracaso. Noté un vacío y me llegaron nostalgias de recuerdos y momentos desaprovechados. Miedo de pensar que yo, posiblemente, nunca había sido capaz de mirar así y de que, pese a ser más joven que ellos, cabía la posibilidad de que nunca llegara a hacerlo. Recordé eso que dicen que, en todas las parejas, siempre existe un ser amante y un ser amado. En este caso comprendí que no es verdad. Son amantes y amados a la vez.

Por cierto, el mensaje que envié todavía no ha recibido respuesta. Eso sí. No desespero. Desde ese día tengo claro que cuando llegue la respuesta procuraré no malgastar el tiempo en nada que no pueda ser visto por los mismos ojos con los que miran ellos. Trataré de recordar que con ellos se ve el futuro, independientemente de la edad que se tenga, y con los míos ahora solamente se pueden ver recuerdos. También me percaté que la última vez que miré con esos ojos fue a una chica que recogía conchas en una playa del sur. Pero ya era tarde. Cada vez que vuelvo a verlos me acuerdo de eso. Y cada vez tengo más claro que no permitiré que eso me vuelva a pasar.



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