martes, 4 de mayo de 2010

"SOLAMENTE CAMBIAMOS DE NOMBRE. PARA TODO LO DEMÁS SEGUIMOS IGUAL"

“Solamente cambiamos de nombre. Para todo lo demás seguimos igual”. Una gran empresa española que opera en todo el mundo ha lanzado este eslogan hace pocas fechas. Una máxima dice que nunca hay que fiarse del todo de lo que dice la publicidad, pero en este caso les tengo que decir que pueden hacerlo al cien por cien.

Y lo sé porque trabajo muy cerca de sus empleados. Llevo cinco años compartiendo con ellos muchas horas de radio y de televisión. Ustedes no los ven. Ni los oyen. Pero sin ellos ni nos verían ni nos oirían.

Todos los lunes, a primera hora de la mañana uno de ellos se encarga de que mi voz suene y algunos otros de que mi cara pueda verse. Unas horas más tarde, otro hace que nuestra voz llegue a todo aquél que quiera escucharla. Gracias a ellos mi madre puede estar orgullosa de lo guapo y lo simpático que es su chico. Y de ponerse bien hueca cuando se lo recuerdan las vecinas.

Todos ustedes convendrán conmigo en que no hay nada más importante que el poder hacer feliz a una madre. Y también, que a las madres hay que decirles siempre la verdad. Hoy a la mía yo le quiero contar un pequeño secreto.

Lo voy a explicar sin tecnicismos, primero, porque mi madre ya es mayor y no entiende de tecnologías y, segundo, porque yo tampoco tengo ni repajolera idea de cómo lo hacen.

Mamá, para que tú puedas verme y escucharme, estos compañeros, cuya empresa ha cambiado de nombre, pero que para todo lo demás sigue igual, se encargan de ponerme un micrófono, de tocar unos botones y de enfocarme con unas cámaras.
Además, salen con unas furgonetas que llevan dentro más botones y una antena muy grande que dicen que sirve para repetir la señal. Cuando me cuentan estas cosas yo asiento para dar la impresión de que entiendo perfectamente qué me dicen y cómo funciona, pero en realidad me siento igual que cuando miro un sudoku.

Mientras nos ponen los micrófonos, muchas veces ni les miramos. Seguimos a lo nuestro hablando de las cosas importantes que pensamos que decimos siempre los que salimos en la tele. Si ellos hicieran lo mismo, nosotros no lo entenderíamos. Un día podrían darse la vuelta mientras hablamos y no escucharnos. Seguro que pensábamos que eran unos inconscientes que no se preocupan por conocer los asuntos tan interesantes y divertidos que contamos.

En la radio pasa lo mismo, mamá. Alguien se sienta delante de una mesa con muchos botones, tiene al lado un ordenador y va tocándolos cada cierto tiempo. Los invitados vienen, nos hablan y se van muy agradecidos de que nosotros les hayamos hecho preguntas. Nadie recorre los dos metros del pasillo que nos separa de ellos para decirles adiós o darles las gracias por lo bien que ha sonado su voz.

Y además, estos compañeros cobran poco. No se diferencia, salvo contadas excepciones, su categoría profesional. Cobran muy poquito si trabajan de noche y los festivos trabajados se los cambian por días de fiesta en días laborables. Esto último es una suerte. Porque así pueden permitirse el lujo de aprovechar esos días laborables para hacer gestiones e ir de bancos. Eso es algo maravilloso. O eso me decían siempre mis amigos cuando a mí me tocó durante muchos años trabajar todos los fines de semana y libraba entre el lunes y el viernes.

¿Acaso hay algo mejor que poder ir al banco entre semana cuando uno es mileurista?. Yo creo que no. Así puedes comprobar que la segunda semana del mes ya no tienes que preocuparte de si vas a llegar a fin de mes. El día quince ya tienes claro que no. El otro medio mes que te queda por delante, fuera preocupaciones. Sólo tienes que pensar en la alegría que te supone pensar que ya pronto vas a cobrar lo del mes siguiente.

Al fin y al cabo, por poner micrófonos en la solapa de gente que cuenta cosas importantes y por apretar botones tampoco se debería aspirar a nada más. Y encima teniendo la suerte de trabajar en un sitio en el puedes conocer a mucha gente que sale en la tele. Y a veces puedes ver hasta a futbolistas y cantantes. El novamás, oiga.

Pero te quiero contar algo, mamá. El otro día hicieron huelga. Ellos piensan, o no, que todo eso está muy bien. Pero claro, muchos de ellos se han licenciado en Comunicación Audiovisual. Otros muchos llevan años tirando cable y dejándose las manos negras de sonorizar orquestas y festivales de jota. Incluso algunos han trabajado fuera de España. Y todos, eso seguro, todos tienen madre.

E igual que tú no entendías que yo me pegara todas las mañanas de los domingos durante mis años de carrera en la puerta de un hotel con una grabadora esperando a que saliera un futbolista para que me contara lo difícil que iba a ser el partido y que no había enemigo pequeño, las suyas tampoco podrán entender por qué sus hijos e hijas después de estudiar y prepararse tanto tienen que salir a la puerta de su puesto de trabajo para pedir que se valore lo que hacen.

Seguro que el dueño de su empresa cuando vaya a alguna radio o a alguna tele para hablar de lo mucho que nos vamos a tener que apretar el cinturón para salir de la crisis pensará que él ya lo hace. Al fin y al cabo sus trabajadores, a los que seguramente tampoco saludará cuando le pongan el micrófono, ya lo están haciendo. Y todos los grandes jefes de todas las multinacionales del mundo saben que, para que un negocio funcione, es importante que se comparta un objetivo y un lema.

El de él será que las cosas no cambien. Que todo siga igual. El de sus empleados no cambiarle el nombre a él. Porque si tuvieran que hacerlo seguro que la madre de ese dueño se tendría que tapar los oídos.

No hay comentarios:

Publicar un comentario