viernes, 14 de mayo de 2010

EL SECRETO DE LOS VALIENTES

Nunca he creído en los libros de autoayuda. De hecho nunca había leído ninguno. Pensaba que no eran nada más que respuestas enlatadas para personas sugestionables que deseaban verse reflejadas en ellos. Un crecepelo barato que se aprovechaba de la necesidad de encontrar soluciones a un problema relacionado, en la mayoría de las veces, con la soledad.

Hace poco me regalaron uno. Omitiré el nombre del autor porque estoy convencido de que Jorge Bucay tampoco citará mi blog en ninguna de sus futuras publicaciones. Me lo regaló una amiga. Ella me dijo que le había gustado. No me quedó claro si le había servido.

Siempre he sido muy raro. Cuando me han regalado algo, aunque no me gustara, me quedara grande o lo tuviera repetido, me lo he quedado y no he ido a cambiarlo. Soy de los que se queda con el momento de la compra de ese objeto especial y cómo la ilusión que alguien pone a la hora de adquirirlo se queda pegada a él. Si lo cambias por otro pierde la magia.

Sólo hago una salvedad. Los que me hacen mis tías relacionados con el textil quedan exentos. Ellas nunca aciertan con la talla y para una tía regalar algo a un sobrino no suele ser algo que nazca, la mayoría de las veces, desde el cariño. Nace de la obligación inherente al deber de ese estrato familiar. Como odio que me hagan regalos y también celebrar mi cumpleaños he tenido suerte y eso no me ha pasado muchas veces. Ya les he dicho que soy muy raro. No traten de comprenderlo.

Volvamos al libro de autoayuda. Esta vez decidí leerlo. Pero hice un experimento. Traté de leerlo con sus ojos. Fito diría que tienen el color de la coca cola y yo quiero añadir que saben tristes. No lo está pasando bien. Por eso sintió la necesidad de comprarse ese libro.

Les hablaré más de mi amiga. Hace mucho tiempo que la conozco. Nos cruzábamos alguna vez por los pasillos del trabajo. Pasillos mágicos. Tienen la capacidad de hacerte invisible. Puedes atravesarlos y muchas veces la gente pasa al lado tuyo sin tan siquiera mirarte. Si nunca lo han hecho puedes pensar que es mala educación. Si alguna vez lo hicieron y ya no lo hacen el encuentro se queda clavado en el corazón por unos metros con forma de dolor.

Volvamos a ella. Un día nos reencontramos. O mejor dicho. Nos encontramos. Apareció en la red. Hasta ahora no había formado parte de ese grupo de cientos de amigos que comparten sentimientos, sensaciones, emociones, alegrías y tristezas por facebook pero que no pueden verte cuando se cruzan contigo por los pasillos mágicos.

Como un día me dijeron que no tenía amigos, ni reales ni imaginarios, decidí conocerla. Y ella, al poco tiempo de conocerme, decidió regalarme ese libro. Además, tengo que agradecerle que pese a que un día alguien le hablo muy mal sobre mí, algo que por cierto ya ha dejado de sorprenderme, prefirió conocerme antes de juzgar.
Según avanzaba en la lectura me daba cuenta de cómo nuestra infancia puede marcar toda nuestra vida. Lo que nuestros padres nos transmitan cuando somos pequeños marcará nuestra forma de relacionarnos en la edad adulta. Estoy seguro de que ella, mientras lo leyó, también sacó esa conclusión.

Todos tratamos de volver al pasado. De encontrar en él lo que no tenemos hoy. Y si alguna vez llegamos a tenerlo retrocedemos de nuevo para compararlo con algo que tuvimos. Siempre buscamos regresiones porque en el fondo somos cobardes y estamos convencidos de que cualquier tiempo pasado fue mejor. Aunque no lo haya sido, lo maquillamos. En lugar de llamarlo nostalgia deberíamos denominarlo miedo.

Terminé de leer el libro y saqué una conclusión. Cada vez tengo más claro cuál es el secreto de los valientes. Y estoy convencido de que mi amiga lo es. Un día llegará a mirar la vida sin necesitar un espejo retrovisor y podrá tener un presente no dominado por el pasado. El miedo seguirá ahí. Ocupará el lugar que le corresponde. El de la antesala de las decisiones. Pero seguro dará paso a una habitación más grande que poco a poco se llenará de cosas bonitas.

Se lo merece. Por regalarme un libro. Por haber demostrado mucha más valentía que yo en situaciones similares. Y por haber demostrado ser valiente al no juzgar antes de conocer. Es el primer paso que todos deberíamos dar antes de abrir la puerta de nuestro futuro. Por todas esas cosas yo disfrutaré, mientras ella quiera, de seguir siendo su amigo.

Para celebrarlo también le regalaré un libro. Y le dejaré mis gafas para que lo lea.

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