viernes, 7 de mayo de 2010

TRISTE Y PACHUCHA

Acabo de terminar de ver un reportaje en el programa ‘Detrás de mi cámara’ de Aragón TV. Hablaban sobre cómo encontrar el amor. Desde jóvenes hasta ancianos incidían en la necesidad de buscar compañía. Cuánto más jóvenes, más importancia le daban al aspecto físico. Los más mayores buscaban la belleza del corazón.

Me suele costar ver un programa de televisión completo. Pero he de reconocer que me ha enganchado. Lo he notado sincero. Tanto delante como detrás de la cámara. Me ha hecho sonreír un señor de Luesia que, con ochenta y dos años, afirmaba que la vida sin amor era triste y pachucha.

Eso debe de pensar una amiga mía con la que tomé un café la pasada semana. Me explicó que por fin había encontrado al hombre de su vida. Mientras daba vueltas en la taza con la cucharilla y la escuchaba noté mi ego herido. Ella fue mi primera novia. Ahora es mi mejor amiga. Y yo, en ese momento, estaba descubriendo que otro ocupaba el lugar que yo pensaba que estaba reservado para mí hasta el fin de los tiempos.

Tengo que aclarar que éramos unos críos cuando nos creíamos la mujer y el hombre de nuestras vidas. Yo acudía a la puerta de su casa por sorpresa muy temprano antes de ir a clase y la esperaba para recitarle un poema o llevarle una flor. Poco a poco eso me costaba hacerlo cada vez más y me percaté de que esa vida, que parecía eterna hacía pocos meses, se acababa.

Con el tiempo, los dos hemos tenido más sentimientos de ese tipo. Ella me acababa de dejar claro que había encontrado uno nuevo. Yo vivo con un labrador que se llama Hugo. Para que nadie piense que he decidido ampliar mis horizontes amorosos aclararé que Hugo es labrador de raza, canina añado, no de profesión.

Volví hacia casa paseando. Aclaro también que paseo mucho porque todavía no tengo carnet de conducir. Estoy planteándome preguntar si me lo darían a cambio de los dos años de Geografía e Historia que estudié antes de matricularme en Derecho. Si me dan el papelito rosa sentiré que, como después de ir por primera vez al bingo, realmente he conseguido la mayoría de edad. Mientras andaba recordaba la conversación con la mujer que me acababa de destronar como hombre de su vida.

Me preguntaba cómo podemos saber que alguien es realmente lo más importante de nuestra vida. Pensé que puede serlo mientras te levantas a su lado y piensas que al día siguiente quieres que suceda de nuevo lo mismo. Porque los días son muy largos. Y, a veces, las noches todavía más.

Puedes acostarte una noche en la misma cama y sentir que duermes en la cama de al lado. Y, aunque te haya querido y te haya soñado, percibir que te vas a despertar junto a alguien que fue futuro y que ahora solamente es pasado. Notar que la vida es muy larga. Que las cosas cambian y que, sólo al final, cuando llega el día del último viaje (gracias, Don Antonio) llegas a saber si quienes han dormido contigo merecen el apelativo que le concedía mi amiga a su último amor.

Por eso, y por higiene, Hugo duerme en una mantita a los pies de mi cama.

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